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miércoles, 21 septiembre 2011 | Meditación

Talentos que matan

El cabello largo, ondulado y negro como el azabache caía, graciosamen¬te, sobre sus hombros; y, a pesar de la oscuridad de la noche, sus ojos, grandes y hermosos, brillaban con el fulgor de sus sueños. Sueños brillantes, coloridos, iluminados por poderosos reflectores y adornados con aplausos, ella, la estrella aclamada; la multitud, rendida a sus pies, pidiendo escandalosamente que cantara otra vez.
Talentos que matan

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Desde pequeña fue así. Apenas tendría dos años de edad, y ya subía a la mesita de centro de la sala, tomaba cualquier objeto en la mano y se ponía a cantar. Dios la había bendecido con una linda voz: parecía un canario, en una mañana de sol.

Pero, esa fue su tragedia: se enalteció su corazón a causa de su hermosu¬ra; corrompió su sabiduría a causa de su maravillosa voz. Es triste decirlo, pero la realidad nos muestra, con frecuencia, la vida de personas que recibieron talentos extraordinarios de parte de Dios y fueron conducidas a la muerte. Pero, el problema no estaba en los talentos, sino en la manera frívola en que los administraron.

Cuando los talentos giran en torno del yo, la tragedia se aproxima como un caballo desbocado; es cuestión de tiempo. Más tarde o más temprano, los castillos se desmoronan como si fuesen de arena; el viento se lleva la gloria humana; las luces se apagan, los aplausos callan, y nadie más pide un bis.

Conocí a Charo, convertida en una estrella en decadencia: sus tiempos de gloria se habían ido prematuramente. Los médicos no lo entendían, pero la tuberculosis, rebelde, se resistía a cualquier tratamiento, e iba devorando sus pulmones, impiadosamente. Con los ojos brillando de emoción, me confió: "Es el precio que estoy pagando por innúmeras noches mal dormidas, hun¬dida en el mundo de la farándula".

Murió joven. Cuando quiso cantar para Dios, ya era tarde: sus pulmones no resistían; su voz, quebrada, parecía un tambor viejo. Solo producía el lamento triste de alguien que no supo administrar el don que Dios le dio.

Tú continúas vivo. Para ti, todavía no es tarde: el sol aún brilla en tu jornada. ¿Por qué no le entregas a Dios todo lo que eres y lo que tienes? Hazlo ahora, y recuérdate que con Lucifer fue diferente, porque "se enalteció su corazón a causa de su hermosura, corrompió su sabiduría a causa de su esplendor".

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