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jueves, 29 septiembre 2011 | Meditación

Un vaso de agua fria

Soledad, miedo y muerte. Las tres figuras patéticas y sin forma definida, que siempre lo persiguieron, bailaban frente a él. La danza sinuosa y envolvente de la soledad se acercaba, como felino al acecho.
Un vaso de agua fria

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El ruido estrepitoso del miedo lo asustaba terriblemente. Y la voz chillona del teléfono, que llamaba sin cesar, le pareció la risa de la muerte. Miró hacia todos los lados. Nada halló; solo su terrible soledad, la angustia de su miedo y la proximidad de su muerte. Agonizaba. A su lado, el frasco vacío de barbitúricos completaba el cuadro macabro, mientras el teléfono seguía sonando con insistencia.

Rita, la vecina de enfrente, lo había visto deprimido como nunca, aquella tarde.
–Creo que la única salida para mí es la muerte –le había dicho Piero, al despedirse.
Por eso, ella se propuso llamarlo de hora en hora.

El hombre calmo, de mediana edad y canas prematuras, le respondió dos veces. Había un lamento de dolor del alma en su voz. La tercera, no respondió.
Rita insistió. Su instinto de mujer le decía que aquel hombre corría peligro y necesitaba de ayuda. No era de pan ni de ropa; era de ánimo, de una palabra de apoyo, de un hombro amigo.

Al ver que el hombre no respondía, Rita llamó a la policía y corrió a la casa de Piero. Empujaron la puerta, y lo encontraron en el piso de la sala, gimiendo y esperando el minuto fatal. El “vaso de agua fría” que Rita ofreció aquel día a un vecino deprimido fue su gesto de preocupación por un alma herida.

Todos los días, en todos los lugares, hay gente necesitada de amor; gente que vive el drama de la soledad y huye de sí misma. Nada cuesta detenerse, escuchar un poco, intentar entender el dolor ajeno y extender la mano.
Hoy es un día que podrías usar para mirar más allá de tus propios problemas.

Es verdad que puedes estar viviendo el momento más difícil de tu historia, pero es verdad, también, que siempre existe, cerca de ti, gente que sufre más. Haz de hoy un día de amor práctico. Ofrece un vaso de agua al cansado peregrino, porque: “Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa”.

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